21 noviembre 2013

Regálame París

Olivia Ardey trae esta vez a una protagonista con nombre de canción de Pablo Milanés, Yolanda, que llega a París en lo que a priori parece ser una escapada romántica con su novio, Alejo. Este, como buen gualdrapas que demuestra ser desde el principio, la lleva a un pequeño apartamento en el número 11 de la rue Sorbier —un séptimo sin ascensor—, en lugar de al Ritz. Pero aquel edificio se convertirá en su hogar cuando, por un giro inesperado, Yolanda decida retrasar su vuelta a Valencia y quedarse a conocer la ciudad que su padre siempre quiso mostrarle.

París pasa a formar parte del argumento de la obra, sus calles, sus costumbres y sus gentes son elementos esenciales en el desarrollo de la historia, no están ahí como algo ornamental ni como excusa para rellenar líneas y líneas sin sentido, al más puro estilo guía turística. Lo que ha hecho la autora es sumergir a Yolanda en los lugares que toda ciudad habitada tiene, no solo en los habituales para quienes son una visita temporal, y la ha llevado allí para que le suceda algo.

La variedad de personajes, de los cuales casi todos moran en el edificio de la rue Sorbier, son una mezcla divertida y amable entre 13, rue del Percebe y su sucesor televisivo, Aquí no hay quien viva. Pero ni en las historietas de Francisco Ibáñez ni en la serie aparecía un casero digno de cualquier edición de Dieux du Stade, aunque… el de Patrick sea un gesto un poco menos insondable. Él será la primera mano tendida que encuentre Yolanda, pero después llegarán la alocada Violette, Odile, los señores Laka, Madame Lulú y otros personajes muy especiales que han de descubrirse con la lectura.


Regálame París, imagen de cubierta

Por lo general, en novelas y relatos anteriores de Olivia Ardey, la protagonista femenina suele tener una paciencia especial con el hombre del que se enamora, son buena gente pero con un pronto rebelde y luchador. Ya sucedía así en Tú de menta y yo de fresa, en Dama de tréboles o en Bésame y vente conmigo, en esta obra es Patrick el paciente, al que le toca esperar que ella llegue a una “etapa mental” pertinente.

En cuanto a la temática de esta novela dividida en casi treinta capítulos todos ellos con títulos muy cinematográficos, cabría decir que, aunque se traten otros temas como el perdón o la tolerancia hacia actos ajenos que no se comprenden del todo pero se asumen, quizás el más destacable pueda resumirse en una frase de Justine de la tetralogía El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, “A city becomes a world when one loves one of its inhabitants” o, como cantaba Ismael Serrano en Los paraísos desiertos, “La ciudad parece un mundo cuando se ama a un habitante”.

El estilo es sencillo y directo, pero como siempre, al leer un texto de Olivia Ardey, la sensación que suele generar es la de algo compacto, bien terminado y trabajado, sin fisuras ni saltos extraños de un lado para otro. De una pieza. Además, es curioso, porque en sus obras suele existir un componente pedagógico indirecto. Es decir, el vocabulario que utiliza está al alcance del lector medio, pero en ocasiones emplea palabras “precisas” para nombrar lo que quizás normalmente definiríamos por ignorar el término adecuado. Y se aprende también de su “ambientación”, porque si la autora elige como escenario el Nueva York de 1919, lleva al lector allí a base de referencias históricas integradas perfectamente en la narración, como ya hizo en Delicias y secretos en Manhattan, pero sin caer en el tedio. Factor a tener muy en cuenta y de agradecer.

A nivel más lúdico, teniendo presente que leer suele serlo, también se agradecen los momentos en que la risa arrastra, que son muchos, durante las aventuras de Yolanda en París.

Con lo cual, tras cerrar las tapas de este libro o apagar el lector electrónico, quien no haya visitado la ciudad de la luz, seguramente esté ya elucubrando el modo y manera de hacerlo, y quien sí lo haya hecho, con toda probabilidad, esté pensando en volver. Y si, además, durante vuestra infancia en casa se escuchaba a Edith Piaf o vuestra madre os llevó alguna vez a algún concierto de Pablo Milanés —que no aparece, pero se lo escucha al nombrarla—, terminaréis tarareando sin saber por qué.

Así que, desde aquí, animaros a leer no solo Regálame París, sino cualquier otra de las historias de Olivia Ardey, quien, todo hay que decirlo, demuestra un trato amable, muy considerado y cercano con sus lectores. Más de esto, por favor, y menos de lo otro, gracias.

No os olvidéis de seguir leyendo.

@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com

3 comentarios:

  1. Muchísimas gracias por la reseña y, muy en especial, por escoger la novela como lectura. Un abrazo y ojalá os siga haciendo disfrutar de un rato de ocio y evasión con mis próximos libros.

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  2. Muchísimas gracias por la reseña, y muy en especial por decir cosas tan estupendas. En tus palabras se percibe un cariño por la historia que me hace muy feliz. Besos.

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    1. Gracias, sin duda, a ti, por las historias y por la amabilidad y educación con que tratas a quienes te leen, muestra de ello es que te hayas tomado la molestia de pasarte por aquí y comentar. Eres una autora muy recomendable.

      Un abrazo :)

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