Olivia
Ardey trae esta vez a una protagonista con nombre de canción de Pablo Milanés,
Yolanda, que llega a París en lo que a priori parece ser una escapada romántica
con su novio, Alejo. Este, como buen gualdrapas
que demuestra ser desde el principio, la lleva a un pequeño apartamento en el
número 11 de la rue Sorbier —un séptimo sin ascensor—, en lugar de al Ritz. Pero
aquel edificio se convertirá en su hogar cuando, por un giro inesperado,
Yolanda decida retrasar su vuelta a Valencia y quedarse a conocer la ciudad que
su padre siempre quiso mostrarle.
París
pasa a formar parte del argumento de la obra, sus calles, sus costumbres y sus
gentes son elementos esenciales en el desarrollo de la historia, no están ahí
como algo ornamental ni como excusa para rellenar líneas y líneas sin sentido,
al más puro estilo guía turística. Lo que ha hecho la autora es sumergir a
Yolanda en los lugares que toda ciudad habitada tiene, no solo en los
habituales para quienes son una visita temporal, y la ha llevado allí para que le
suceda algo.
La
variedad de personajes, de los cuales casi todos moran en el edificio de la rue
Sorbier, son una mezcla divertida y amable entre 13, rue del Percebe y su sucesor televisivo, Aquí no hay quien viva. Pero ni en las historietas de Francisco
Ibáñez ni en la serie aparecía un casero digno de cualquier edición de Dieux du Stade, aunque… el de Patrick sea un gesto un poco menos insondable. Él será la
primera mano tendida que encuentre Yolanda, pero después llegarán la alocada
Violette, Odile, los señores Laka, Madame Lulú y otros personajes muy
especiales que han de descubrirse con la lectura.
Regálame París, imagen de cubierta |
Por lo
general, en novelas y relatos anteriores de Olivia Ardey, la protagonista
femenina suele tener una paciencia especial con el hombre del que se enamora,
son buena gente pero con un pronto rebelde y luchador. Ya sucedía así en Tú de menta y yo de fresa, en Dama de tréboles o en Bésame y vente conmigo, en esta obra es
Patrick el paciente, al que le toca esperar que ella llegue a una “etapa
mental” pertinente.
En
cuanto a la temática de esta novela dividida en casi treinta capítulos todos
ellos con títulos muy cinematográficos, cabría decir que, aunque se traten
otros temas como el perdón o la tolerancia hacia actos ajenos que no se
comprenden del todo pero se asumen, quizás el más destacable pueda resumirse en
una frase de Justine de la tetralogía
El cuarteto de Alejandría de Lawrence
Durrell, “A city becomes a world when one
loves one of its inhabitants” o, como cantaba Ismael Serrano en Los
paraísos desiertos, “La ciudad parece un mundo cuando se ama a un habitante”.
El
estilo es sencillo y directo, pero como siempre, al leer un texto de Olivia
Ardey, la sensación que suele generar es la de algo compacto, bien terminado y
trabajado, sin fisuras ni saltos extraños de un lado para otro. De una pieza.
Además, es curioso, porque en sus obras suele existir un componente pedagógico
indirecto. Es decir, el vocabulario que utiliza está al alcance del lector
medio, pero en ocasiones emplea palabras “precisas” para nombrar lo que quizás
normalmente definiríamos por ignorar el término adecuado. Y se aprende también
de su “ambientación”, porque si la autora elige como escenario el Nueva York de
1919, lleva al lector allí a base de referencias históricas integradas perfectamente
en la narración, como ya hizo en Delicias y secretos en Manhattan, pero sin caer en el tedio. Factor a tener muy en
cuenta y de agradecer.
A nivel
más lúdico, teniendo presente que leer suele serlo, también se agradecen los
momentos en que la risa arrastra, que son muchos, durante las aventuras de
Yolanda en París.
Con lo
cual, tras cerrar las tapas de este libro o apagar el lector electrónico, quien
no haya visitado la ciudad de la luz, seguramente esté ya elucubrando el modo y
manera de hacerlo, y quien sí lo haya hecho, con toda probabilidad, esté
pensando en volver. Y si, además, durante vuestra infancia en casa se escuchaba
a Edith Piaf o vuestra madre os llevó alguna vez a algún concierto de Pablo
Milanés —que no aparece, pero se lo escucha al nombrarla—, terminaréis
tarareando sin saber por qué.
Así
que, desde aquí, animaros a leer no solo Regálame
París, sino cualquier otra de las historias de Olivia Ardey, quien, todo
hay que decirlo, demuestra un trato amable, muy considerado y cercano con sus
lectores. Más de esto, por favor, y menos de lo otro, gracias.
No os olvidéis de seguir leyendo.
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
Muchísimas gracias por la reseña y, muy en especial, por escoger la novela como lectura. Un abrazo y ojalá os siga haciendo disfrutar de un rato de ocio y evasión con mis próximos libros.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por la reseña, y muy en especial por decir cosas tan estupendas. En tus palabras se percibe un cariño por la historia que me hace muy feliz. Besos.
ResponderEliminarGracias, sin duda, a ti, por las historias y por la amabilidad y educación con que tratas a quienes te leen, muestra de ello es que te hayas tomado la molestia de pasarte por aquí y comentar. Eres una autora muy recomendable.
EliminarUn abrazo :)