Hace unas semanas que se publicó, no demasiado, pero con
este título merecía esperar un poquito para hacer que fuera el último libro reseñado
del año.
En Doce campanadas y
un beso, Olivia Ardey nos trae una mezcla de algo nuevo y algo conocido.
Por un lado, el lector se encontrará con personajes por descubrir y, por otro,
podrá disfrutar de la continuación —que siempre gusta— de una de sus historias
más frescas, Bésame y vente conmigo. Así
que sí, regresamos a Tarabán y ¡reaparece el abuelo Cele!
Si no los conocéis, esta sería una buena excusa para empezar
con Bésame y vente conmigo. Aunque la
historia de Vanesa, la rebelde guardia civil, y Diego, el veterinario viudo,
puede leerse de forma independiente.
La pregunta del millón es, habiendo como hay tantas novelas de
este género —el romántico que algunos han dado en llamar—, por qué ambos libros
son una buena elección.
Quizás, a pesar de todos los esfuerzos, la subjetividad se
hace notar en estas reseñas. Pero el motivo de escoger estas novelas de Olivia
Ardey es la sonrisa permanente que se dibuja en la cara al sumergirse en el
microcósmos que crea la autora. El pueblo de Tarabán, la taberna, la Casa
Grande, el cuartel de la guardia civil, la plaza, los vecinos… se vuelven
entrañables. Y la idiosincrasia de sus habitantes y los jaleos que organizan se
hacen irresistibles.
Además, puede que el atractivo de Tarabán para muchos sea lo
poco que se vive ya en los pueblos, pero en los pueblos como los que mostraba
la campaña de Aquarius durante el verano, lugares tranquilos y cargados de
costumbres donde todo el mundo se preocupa por las personas que lo rodean. De
hecho, Vanesa es del madriñelo municipio de Alcorcón, que no tiene nada que ver
en concepto con Tarabán, y de donde huyen sus padres para retirarse a un apartamento
en primera línea de playa.
Es algo curioso, desde el punto de vista de la literatura
como reflejo de la sociedad, el cambio que se ha producido a la hora de elegir
una “localización” para situar la acción de la historia. Antes, se optaba por
países orientales, otras épocas y otros mundos para buscar escenarios exóticos,
lejanos y hasta irreales. Ahora, ese exotismo se encuentra en un ficticio
pueblo turolense de poco más de trescientos habitantes. ¿Conclusión? Las ganas
de huir siguen siendo las mismas, por más que el estilo de vida haya cambiado.
Pero, en definitiva y sin entrar en un análisis de la obra
en sí, más allá de lo que hemos comentado, ¿por qué no terminar el año con una
sonrisa en los labios? Sinceramente, ya tendremos meses de sobra en 2014 para
leer cosas tristes, que por desgracia no serán siempre ficción. Así que, en
estos últimos días, mientras preparamos la despedida de 2013 con fiestas o sin
ellas, junto a los nuestros o echando de menos a los que no están, con uvas y
champán o galletas y leche… lo que tenemos que tener claro es que este año, sí
nos merecemos un final feliz.
Seguid leyendo.
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
Mil gracias por tus palabras. Me alegro un montón de que te haya hecho sonreír y pasarlo bien, eso es lo importante. Un beso y feliz año.
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