05 diciembre 2013

El estafador

John Grisham es una máquina de producción de best sellers, ha llegado a vender más de 250 millones de ejemplares de sus obras a lo largo y ancho del planeta, salvo en Guantánamo, donde sus novelas están prohibidas por considerarse problemáticas. Y si no sois lectores habituales, quizás, no lo reconozcáis por su nombre. Pero si le echáis un vistazo a sus títulos llevados al cine, la cosa probablemente cambiará: La tapadera (Pollack, 1993), El informe Pelícano (Pakula, 1993), El cliente (Schumacher, 1994), Tiempo de matar (Schumacher, 1996), Cámara sellada (Foley, 1996), Legítima defensa (Coppola, 1997), Conflicto de intereses (Altman, 1998), El jurado (Fleder, 2003) entre otros. Los nombres de los directores son bastante elocuentes, pero aún así vamos a recordar los actores que han intervenido en alguna de estas adaptaciones para dejar clara la repercusión de la obra de Grisham a nivel mundial: Tom Cruise, Julia Roberts, Denzel Washington, Sandra Bullock, Samuel L Jackson, John Cusack, Dustin Hoffman, Matthew McConaughey, Kevin Spacey, Gene Hackman, Faye Dunaway, Susan Sarandon, Matt Damon, Danny DeVito, Rachel Weisz, Claire Danes, Chris O’Donnell, Tommy Lee Jones, Kenneth Branagh, Daryl Hannah, Robert Downey Jr., Sam Shepard, Ed Harris, Holly Hunter, Jon Voight, Tom Berenger, Robert Duvall…

Con estos antecedentes llega El estafador (Plaza y Janés, 2013), en su versión original The Racketeer, otra novela donde Grisham despliega sus conocimientos sobre Derecho —no en vano ejerció la abogacía durante varios años— y plantea una acerada crítica al sistema legal estadounidense.

“En el mundo de las cárceles, los centros penitenciarios son hoteles de lujo. No hay muros, vallas, alambradas ni torres de vigilancia, y los vigilantes armados constituyen una minoría. El de Frostburg es relativamente nuevo, con mejores instalaciones que la mayoría de los institutos de enseñanza. ¿Cómo no si en Estados Unidos nos gastamos cuarenta mil dólares al año por cada preso, y ocho mil en educar a un alumno de primaria? Aquí hay orientadores, gerentes, trabajadores sociales, enfermeros, secretarios, todo tipo de ayudantes y decenas de burócratas que tendrían dificultades para explicar a qué dedican sus ocho horas diarias. Por algo es el gobierno federal. El aparcamiento de empleados contiguo a la entrada principal está lleno de coches y camionetas de gama alta.”

Malcolm Bannister, un preso negro supuestamente inocente que fue abogado y ex marine, dice saber quién llevó a cabo el asesinato del Raymond Fawcett, un juez federal, y el de su joven amante, Naomi Clary. Pero para revelar su secreto, el FBI tendrá que acceder a negociar con él. Así empieza la partida que suele plantear el autor, donde nada es lo que parece al principio y la trama va dando giros a base de engaños a los personajes y, si estos se dejan, a los lectores también. Es el recurso principal que suele utilizar Grisham para crear intriga, hacer creer o, más bien, presentar situaciones que inducen a creer algo que no es cierto. Y parece que le ha dado resultado.

El estafador de John Grisham, cubierta

Una vez más, el número de personajes es considerable, aparecen constantemente nombres y apellidos nuevos, con diminutivos y cargos, que colaboran en la confusión a la que quiere arrastrar el autor. Pero hay tres grupos a priori claros: el gobierno y el FBI, los criminales y los fuera de la ley. Aunque desde un principio no se sabe bien a qué categoría pertenece cada uno y si es excluyente el estar en una para poder formar parte de la otra.

Malcolm encuentra su figura antagónica en Victor Westlake, el director operativo del FBI para esa misión. La realidad será que, además de tener que enfrentarse a muchos otros peones por el camino, contra quien de verdad se medirá será contra la inteligencia y la pericia de Westlake, quien se rige por las normas de la nación sin tener ningún tipo de implicación personal.

“Entramos por una puerta lateral en una sala de reuniones pintada con el típico verde claro de los edificios gubernamentales, y amueblada con tantas sillas de metal que nunca podrán usarse todas.El año pasado se supo por una auditoría que la Dirección de Prisiones había comprado «para usos administrativos» cuatro mil sillas a ochocientos dólares cada una. El mismo modelo lo vendía el fabricante al por mayor por 79,1 dólares.”

También serán muchos los escenarios: el ficticio Centro Penitenciario de Frostburg en Maryland, Miami, Jamaica, Atlanta… hasta el pueblo de Roanoke, lugar de los asesinatos y pieza clave en el desarrollo de la historia. Y ese ir y venir de un lado a otro, de un entorno a otro, contribuirá una vez más a generar cierto desconcierto en el lector. No por falta de claridad, ya que el estilo de Grisham es claro, prolijo en detalles —técnicos, sobre todo—, pero no utiliza un vocabulario complicado ni su sintaxis es demasiado compleja. La única variante es el punto de vista narrativo. Cuando los hechos son los que le suceden a Malcolm o son pensamientos suyos, utiliza su voz en primera persona y presente. Mientras que cuando se relatan hechos relativos al FBI y demás miembros del gobierno, es una tercera persona en pasado, un narrador relativamente omnisciente.

Detalle de respeto al medioambiente


De nuevo, John Grisham consigue una historia elaborada, bien tramada y cerrada, con una nada desdeñable crítica al sistema legal. Y teniendo en cuenta la trascendencia de su trabajo, el golpe no es pequeño. ¿Pegas? Al lector ha de gustarle este tipo de novelas, porque requiere una lectura atenta a los detalles, aceptar que todo está orquestado y dejarse llevar por donde el autor quiere para poder disfrutarla plenamente. No es una historia de acción, sino de intriga y tensión. Recomendable para los seguidores de Grisham y para cualquiera que aprecie una buena novela de suspense.

Seguid leyendo.

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