30 enero 2014

El canto del cuco

JK Rowling, utilizando el pseudónimo Robert Galbraith, publicaba esta novela policíaca, The Cuckoo's Calling, a finales de abril de 2013 en Estados Unidos. Nadie sabía, supuestamente, que la saga de Harry Potter y El canto del cuco compartían creador, y durante unos meses consiguió vender hasta 1500 ejemplares. Cifra que no está mal para un autor desconocido.

The Cuckoo's Calling, cubierta original

Sin embargo, a mediados de julio de ese mismo año, la autora tuvo que quitarse el disfraz de forma pública, tras el anuncio de Sunday Times de este pequeño secreto.

Desde ese momento y en cuestión de unas horas, según informaba la plataforma Amazon, las ventas de la segunda novela de ficción para público adulto de JK Rowling se dispararon un 507.000 % y escalaron en su lista de ventas más de 5.000 puestos. Así que echad cuentas…


Fabricando ejemplares en serie de The Cuckoo's Calling


Quizás, como Rowling afirmaba, ser Robert Galbraith fue una experiencia tremendamente liberadora, sin el peso del triunfo —¡qué dura es la vida!— de las historias de Harry Potter y, sí, también pudo servirle para evitar el batacazo que se llevó con Una vacante imprevista. Pero qué hubiera sido de este libro si nunca se hubiera sabido este insignificante detalle será una duda que tocará mantener. Desde luego, cuesta creer que hubiera decidido tan pronto sacar una secuela, como anunció poco después la autora.

¿Nos creemos que fue todo casualidad y no hubo nada preparado en este “destape”? Veamos qué respuestas puede ofrecernos la novela y qué diría Cormoran Strike al respecto.

Lula Landry, modelo internacional, aparece muerta en la nieve, bajo su ventana. Rápidamente, se dictamina que la causa ha sido el impacto al caer desde la terraza de su exclusivo ático en el londinense barrio de Mayfair. Y, aunque el caso termina por cerrarse concluyendo que ha sido un suicidio, unos meses después John Bristow, el hermano de Lula, le encarga el caso a un detective privado, el peculiar Cormoran Strike.

Strike es un ex soldado de ejército británico, con un pasado pintoresco —valga el eufemismo—, y una desastrosa vida personal y económica: su prometida, Charlotte, lo acaba de dejar tras quince años y lo acosan las deudas. Además de todo eso, físicamente tampoco se encuentra en su mejor momento: hace dos años perdió una pierna en una misión militar y su enorme cuerpo no ayuda precisamente a mitigar el dolor. Cormoran Strike, AKA “cabeza de vello púbico” en el colegio, nunca ha logrado pasar desapercibido en ningún sentido, estaba marcado desde el comienzo.

Sin embargo, dice la sabiduría popular que dios aprieta pero no ahoga, y las cosas empiezan a cambiar el día en que una secretaria temporal, Robin, aparece en su puerta y pocos minutos después John Bristow le pide que se haga cargo, por unos honorarios muy jugosos, de investigar la muerte de su hermana Lula Landry, caso mediático donde los haya.

Y ahí comienza el desfile de personajes famosos y los parásitos que viven de ellos, salvo que a veces se hace difícil discernir las rémoras del tiburón.

Cubierta en España para El canto del cuco

Robin, desde el principio, deja entreverse como un personaje que funcionará ofreciéndole una especie de contrapunto a Strike, además de una ayuda inestimable. Algunos años más joven que Cormoran —él ronda los 35—, recién llegada a Londres para vivir con su novio de siempre, discreta cuando toca y llena de ilusión por la sorpresa de cumplir su sueño de trabajar por fin en una investigación, Robin sorprende al observador y meticuloso Strike con unos recursos inesperados. Y la relación que se establece entre ambos es muy atractiva, por momentos tiene ciertos toques similares a la de Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro —personajes de Lorenzo Silva— y crea un ambiente en la oficina que a muchos les recordará a Luz de luna o Remington Steele, siempre salvando las distancias.

Al margen de eso, el variopinto grupo de conocidos, amigos y familiares de Lula está plagado por arquetipos recurrentes y, en muchos casos, demasiado vistos. El actor-cantante-poeta yonki que no sale de la mediocridad y se pasa la vida de fiesta, el diseñador homosexual con una lengua afilada, la súper modelo “como” que con problemas de discurso y “como” sospechosa de ser “como” falsa, el abogado poderoso y clasista, el policía obeso y malhumorado…

Por otro lado, el estilo narrativo es agradable, no se puede negar que está bien escrito, con fluidez y coherencia. Ahí JK Rowling hace un buen trabajo. Pero es más el mérito en mantener el pulso durante más de cuatrocientas páginas y los detalles y descripciones que da sobre el carácter o gestos, que la trama en sí.

Quizás sea un requerimiento excesivamente personal, ¿pero dónde estaban las pistas a lo largo del libro para que el lector pudiera ir jugando a ser un poco detective, como Cormoran y Robin? Ese es uno de los claros alicientes de las novelas policíacas.

Desde el principio, es obvio cuál va a ser el resultado y, sin embargo, hay una sensación de exclusión del lector en el periplo hasta encontrar las evidencias bastante notable. Es decir, por ejemplo, un detalle visual en un libro ha de estar más recalcado de lo que cabría esperar en una película o una serie, si eso va a ser crucial en el desarrollo y la resolución de la historia. Porque, perdón, ¡pero el lector no lo ve! Además, quedan algunos flecos sueltos que sorprende no tengan una explicación dada, puesto que parecen necesitarla para terminar de comprender lo que sucedió.

Al final, da pena que se termine el libro, eso sí, porque el carisma tanto de Strike como de Robin hace que se les tome simpatía y se quiera saber más sobre ellos. De ahí que, sí, se acabe con una sensación de ser el episodio piloto de algo más largo y por esa razón la pregunta de antes: ¿cuánto de inocente hubo en esa fuga de información y cuánto de estrategia? ¿Se habría sabido quién era Robert Galbraith de esa forma si no fuese esto ya una especie de proyecto de más novelas?

JK Rowling mostrando el peso de su éxito

A veces, nos pueden los prejuicios. Casi siempre, para ser honestos. Pero existen grandes diferencias entre por qué JK Rowling decidió ocultarse bajo un pseudónimo masculino y por qué lo hicieron las hermanas Brontë, por ejemplo. Un objetivo común, pero motivos definitivamente distintos. Y es inevitable que exista una pequeña sombra de duda al pensar que esta podría haber sido una de tantas historias bien escritas que pasan por las librerías sin pena ni gloria, si la autora o la editorial no hubiesen hecho valer su nombre.

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