09 enero 2014

El guardián invisible

Dolores Redondo está conquistando cada día a más lectores con sus novelas. Hace unas semanas, salía a la venta Legado en los huesos, la segunda parte de la trilogía Baztán y de la que hablaremos el próximo día. Pero no sería ni justo ni lógico empezar nuestro pequeño análisis por otro punto que no fuese el principio, El guardián invisible. Y parece que muchos lectores también lo han decidido así, ya que, con esta segunda publicación, las ventas del primer libro se han disparado de nuevo, no hay más que ver las listas. Además, otra muestra significativa de ese éxito es que la autora donostiarra ya ha conseguido con la primera entrega la traducción a varios idiomas, tanto del territorio español como a nivel internacional.

En un principio, la sinopsis de El guardián invisible —¡no leáis la que viene en la contra de Legado en los huesos!— puede considerarse algo trillada en el género de la novela negra: los cadáveres de distintas adolescentes van apareciendo en el bosque, junto al río, con un evidente mensaje común al repetir el ritual de presentación de estos, y el transcurso de la correspondiente investigación que lleva a cabo un grupo de profesionales, bajo la dirección de la inspectora de la policía foral Amaia Salazar.

Pero… nada es tan sencillo en esta obra. Porque si a eso se le añade un escenario con la carga que se produce al unir el atractivo mágico de la naturaleza y la tradición con el miedo atávico a la inmensidad de la espesura, en este caso, del valle del río Baztán, la perspectiva comienza a cambiar considerablemente.

Elizondo, en Navarra
Río Baztán a su paso por Elizondo

Desde Pamplona, donde viven Amaia y el resto del equipo, se trasladan a Elizondo, un pequeño pueblo donde ella creció y donde todavía vive su familia, con quienes se reencontrará de una manera un tanto incierta. Y si el valle del Baztán actúa en la novela con una fuerza de ambientación tremenda —no en vano el poder de la exuberancia desconocida impresiona en muchos sentidos—, haciendo que un argumento un tanto manido empiece a despertar en el lector cierto interés, las relaciones entre los personajes van a convertirse en uno de los pilares más importantes de la historia, principalmente las de Amaia con el resto de ellos.

Por eso, cabría destacar la división patente que puede establecerse en los ámbitos en que ella interactúa con los demás: el profesional y el personal. En ambos, la imagen que proyecta Amaia es reservada, parece fría, eficiente, entregada a su trabajo, perspicaz e inteligente. Le cuesta aceptar que haya otro tipo de elementos “no científicos” o, al menos, testados que intervengan en la realidad de los hechos. Pero cuando toca dejar de lado el escepticismo, utiliza los recursos que estén a su alcance. De hecho, para completar, si hubiera que buscar otro personaje ya conocido por el público al que equipararla, podríamos decir que Amaia Salazar tiene mucho de la Olivia Dunham de Fringe, interpretada por Anna Torv.

Anna Torv en Fringe como la agente Olivia Dunham


En el terreno profesional, la inspectora Salazar es puesta al mando de la investigación, dados sus vínculos con el lugar, sus conocimientos de la zona y su experiencia con el FBI durante unos cursos especiales relativos a asesinos en serie. Ella lidera un grupo compuesto por hombres: los inspectores Montes e Iriarte y los subinspectores Zabalza y Etxaide. Con cada uno de ellos mantendrá relaciones de distinta naturaleza y peculiaridades. Encontrará, en un principio, oposición en Fermín Montes, reconocimiento en Iriarte, cierta clase de envidia y resentimiento en Zabalza y apoyo y ayuda en Jonan Etxaide. Caso al margen el de Jonan, que consigue adeptos entre todo tipo de lectores.

Y también son hombres el comisario y el forense, el doctor San Martín. De manera que su trabajo es un entorno eminentemente masculino y se va a oponer, en este punto, al familiar, donde todas sus conexiones importantes y directas son mujeres, salvo por su marido, James.

Pero, además de esta clara diferenciación en cuanto a la caracterización de distintos ambientes, tras leer unos capítulos la pregunta que surge, quizás alentada por el despliegue que se ha hecho últimamente de este tipo de personajes en los libros, es si alguno de los hombres de la historia es capaz de imponer su voluntad o criterio a cualquiera de las mujeres que aparecen. Es decir, no se trata de buscar al macho alfa, ni mucho menos, pero la idea general que se transmite al analizar el comportamiento de los personajes es que aquí las que mandan —con voluntad casi férrea— son ellas, mientras ellos demuestran poseer personalidades débiles y, hasta cierto punto, sometidas. Con lo cual, dado perfil del posible asesino, ¡el lector va a sospechar hasta del apuntador!

Personajes hay muchos, pero la forma de tratar la historia que emplea Dolores Redondo consigue construir en la mente de los lectores un pequeño universo particular y tras unas cuantas páginas conocido al que, una vez se termina esta primera novela, se querrá regresar para continuar desvelando secretos que parecen apenas vislumbrarse pero que, con ese atisbo, logran despertar unos cuantos interrogantes. Lo que no implica que esta novela no tenga una historia autoconclusiva, pero… pero hay que leerla para descubrirlo. Contar más, como siempre, sería imperdonable.

El estilo de la autora es sencillo, frases largas pero no excesivamente complejas. Aquí, claramente, la atención hay que centrarla en la información, los detalles y las intenciones que se respiran sutilmente y no tanto en la composición sintáctica “original”; sí en lo que se dice y en lo que se calla.

En cuanto al vocabulario, aparecen numerosos términos en euskera (aita, ama, belagile, txantxingorri, basajaun, por ejemplo) que dan “color local” a la historia y al peso de la tradición y las costumbres, como esa analogía que Dolores Redondo establece entre el valle del Baztán y la Nueva Orleans de creencias y fuerzas que se escapan a lo racional, que no abandona la cultura de sus antepasados por los tiempos modernos.

Cubierta de El guardíán invisible

En resumidas cuentas, es una novela que merece mucho la pena leer y si caéis en la tentación, será difícil resistiros a la segunda parte, Legado en los huesos, de la que ya os hablaremos en el siguiente número. ¡Pero! Pero si todos estos argumentos no han terminado de convenceros, quizás el hecho de saber que el productor de la saga Millennium de Stieg Larsson, Peter Nadermann, realizará la adaptación cinematográfica pueda ser el último incentivo que necesitéis para lanzaros. Y si para entonces no lo habéis leído y os destripan algo en los medios de comunicación o las redes sociales, ¡advertidos estabais!


¿Lo malo? ¡Queda tanto para el tercer volumen!

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