02 enero 2014

Propósitos de esta lectora

Comienza el año y es inevitable tener esa sensación de la llegada de una nueva oportunidad, de un cambio externo y ajeno que pueda proporcionarnos una razón lo suficientemente poderosa como para dar un giro a aquello que, de forma interna, sabemos que sería conveniente modificar. ¡Excusas!

Esos aspectos a cambiar —no vamos a usar la palabra corregir, ya que implica error— suelen ser, en nuestra ambición inconsciente, bastantes y relativos a múltiples facetas de nuestra vida, cosa que en un principio puede parecer abrumadora. Sin embargo, dice la sabiduría popular “divide y vencerás”. Así que ¿por qué no establecer categorías y, dentro de cada una, señalar cuáles son esos pequeños cambios que pueden suponer mejora?

En Devicio, lo hemos hecho por secciones, que no dejan de ser una pasión importante en la vida de cada una de las personas que escribimos en ellas. Y, en Leer, estos son los siete propósitos que cumplir durante este 2014 (sí, vale, por mí. Y por vosotros, ¿qué?).


No cambiar horas de sueño por horas de lectura.

La falta de descanso, al final, hace que se resienta todo nuestro organismo. Y, aunque la mejor franja horaria para leer es por la noche, debido al silencio que no a la luz, los biorritmos son los que son y la naturaleza es más sabia que nosotros.



Consumir menos, si fuese necesario, y producir más.

El eterno asunto pendiente. Sin poder eliminar ninguno de los dos de la lista de tareas imprescindibles para que esta mente siga funcionando con un mínimo de normalidad, el desequilibro entre estos dos puntos a veces es demasiado y… las ganas insatisfechas de promover lo segundo terminan por convertirse en un reproche autodirigido.



Darle una oportunidad real sin prejuicios a los best sellers.

Si a todo el mundo le gusta, algo tendrá. Pero si aparece en todas partes, en periódicos, revistas, librerías, en el entorno 1.0 y en el 2.0… las sospechas surgen y una vocecilla suele decir “¿un buen libro o el producto de una campaña publicitaria bestial?”. Aunque las voces interiores suelen ser sabias y es bueno dudar con cierta asiduidad, también merece la pena comprobar que las ideas preconcebidas no siempre son ciertas, no siempre.

Ser (de verdad) más tolerante con el hecho de que a algunas personas leer les parezca aburrido sin, por ello, formar opiniones adversas sobre ellos.

Dicen que no hay que juzgar un libro por las tapas, casi como en el punto anterior, se tratan de prejuicios. Porque la vida demuestra que sí, se eliminan temas de conversación o puntos de referencia con esas personas, pero siguen siendo personajes de sus propias historias y… eso siempre tiene un interés, además de humano, pedagógico.

Separar la labor de edición de la del autor.

Las faltas de ortografía ya no son responsabilidad de quien lo ha escrito, ni eso ni el diseño de la cubierta ni los errores garrafales en la maquetación, como tampoco son las decisiones sobre la disposición de imágenes o capítulos. Y, por supuesto, las sinopsis son un arte al margen de todo esto, algunas con vida ajena al libro.



No poner los ojos en blanco cada vez que alguien diga portada, en lugar de cubierta.

Al final, se quedará en “en verde” y no “en vez de”, se dirá “andé” y no “anduve”. Las lenguas tienen vida propia y evolucionan en boca de los hablantes. Aunque la portada sea una página interior donde aparece el título y el autor, a la gente le gusta más el otro término, quizás apropiado de otros ámbitos o lugares. ¡Resignación!

Conocer el trabajo de autores de lugares e idiomas menos habituales y buscar obras diferentes al margen de la influencia del marketing.

 Es cuestión de seguir formando un criterio propio, por más que cueste en una sociedad tan mediática. Pero, la verdad, a veces se encuentran verdaderas joyas. Y solo eso hace que merezca la pena, por no hablar de la expansión de puntos de vista, realidades y enriquecimiento a distintos niveles.



AVISO: Será difícil, pero no imposible.

Mientras, seguid leyendo,

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