Comienza
el año y es inevitable tener esa sensación de la llegada de una nueva
oportunidad, de un cambio externo y ajeno que pueda proporcionarnos una razón
lo suficientemente poderosa como para dar un giro a aquello que, de forma
interna, sabemos que sería conveniente modificar. ¡Excusas!
Esos
aspectos a cambiar —no vamos a usar la palabra corregir, ya que implica error—
suelen ser, en nuestra ambición inconsciente, bastantes y relativos a múltiples
facetas de nuestra vida, cosa que en un principio puede parecer abrumadora. Sin
embargo, dice la sabiduría popular “divide y vencerás”. Así que ¿por qué no
establecer categorías y, dentro de cada una, señalar cuáles son esos pequeños
cambios que pueden suponer mejora?
En
Devicio, lo hemos hecho por secciones, que no dejan de ser una pasión
importante en la vida de cada una de las personas que escribimos en ellas. Y,
en Leer, estos son los siete propósitos que cumplir durante este 2014 (sí,
vale, por mí. Y por vosotros, ¿qué?).
No cambiar horas de sueño por horas de
lectura.
La
falta de descanso, al final, hace que se resienta todo nuestro organismo. Y,
aunque la mejor franja horaria para leer es por la noche, debido al silencio
que no a la luz, los biorritmos son los que son y la naturaleza es más sabia
que nosotros.
Consumir menos, si fuese necesario, y
producir más.
El
eterno asunto pendiente. Sin poder eliminar ninguno de los dos de la lista de
tareas imprescindibles para que esta mente siga funcionando con un mínimo de
normalidad, el desequilibro entre estos dos puntos a veces es demasiado y… las
ganas insatisfechas de promover lo segundo terminan por convertirse en un
reproche autodirigido.
Darle una oportunidad real sin prejuicios a
los best sellers.
Si a
todo el mundo le gusta, algo tendrá. Pero si aparece en todas partes, en
periódicos, revistas, librerías, en el entorno 1.0 y en el 2.0… las sospechas
surgen y una vocecilla suele decir “¿un buen libro o el producto de una campaña
publicitaria bestial?”. Aunque las voces interiores suelen ser sabias y es
bueno dudar con cierta asiduidad, también merece la pena comprobar que las
ideas preconcebidas no siempre son ciertas, no siempre.
Ser (de verdad) más tolerante con el hecho de
que a algunas personas leer les parezca aburrido sin, por ello, formar opiniones
adversas sobre ellos.
Dicen
que no hay que juzgar un libro por las tapas, casi como en el punto anterior,
se tratan de prejuicios. Porque la vida demuestra que sí, se eliminan temas de
conversación o puntos de referencia con esas personas, pero siguen siendo
personajes de sus propias historias y… eso siempre tiene un interés, además de
humano, pedagógico.
Separar
la labor de edición de la del autor.
Las
faltas de ortografía ya no son responsabilidad de quien lo ha escrito, ni eso
ni el diseño de la cubierta ni los errores garrafales en la maquetación, como
tampoco son las decisiones sobre la disposición de imágenes o capítulos. Y, por
supuesto, las sinopsis son un arte al margen de todo esto, algunas con vida
ajena al libro.
No poner los ojos en blanco cada vez que
alguien diga portada, en lugar de cubierta.
Al
final, se quedará en “en verde” y no “en vez de”, se dirá “andé” y no “anduve”. Las lenguas tienen vida propia y evolucionan en boca de los hablantes. Aunque
la portada sea una página interior donde aparece el título y el autor, a la
gente le gusta más el otro término, quizás apropiado de otros ámbitos o
lugares. ¡Resignación!
Conocer el trabajo de autores de lugares e
idiomas menos habituales y buscar obras diferentes al margen de la influencia
del marketing.
Es cuestión de seguir formando un criterio
propio, por más que cueste en una sociedad tan mediática. Pero, la verdad, a
veces se encuentran verdaderas joyas. Y solo eso hace que merezca la pena, por
no hablar de la expansión de puntos de vista, realidades y enriquecimiento a
distintos niveles.
AVISO: Será difícil, pero no imposible.
Mientras, seguid leyendo,
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