24 abril 2014

El hijo único

Anne Holt está considerada como “la madrina de la novela negra noruega”, con una prolífica trayectoria en este género del mundo literario que abarca hasta dieciséis obras, varias de ellas pertenecientes a dos sagas: Serie de Hanne Wilhelmsen y Serie de Vik y Stubø. Y es a la primera de éstas, la protagonizada por la ya subinspectora de policía de Oslo Hanne Wilhelmsen, a la que pertenece El hijo único (Roja y Negra, 2014).

Precedida por La diosa ciega (1993) y Bienaventurados los sedientos (1994), Demonens død —título original, que significa literalmente “la muerte del demonio”— fue publicada en 1995 y narra la investigación que lleva a cabo el equipo de Hanne Wilhelmsen en el caso del asesinato de Agnes Vestavik, la directora de una casa de acogida para niños, y la desaparición de uno de los chicos que vivía allí, Olav.

Aunque, en realidad, la búsqueda de Olav está asignada a otros agentes y todo apunta, dada su pésima adaptación al lugar, a que el niño de tan solo doce años se ha fugado de la casa, burlando al personal que se encontraba de guardia la noche en que además se cometió el asesinato.

El hijo único, imagen de cubierta


Los personajes de esta obra pueden dividirse en tres ámbitos bastante claros: la comisaría, el orfanato y el doméstico. Y eso, sin lugar a dudas, los condiciona.

En la comisaría de la ciudad de Oslo están la propia Hanne Wilhelmsen, admirada por sus compañeros, cuidadosamente femenina y con cierto halo de misterio (quizás, alter ego de la propia Anne Holt); Billy T., un atractivo investigador de más de dos metros, indumentaria estrambótica y ahora subordinado de Hanne; Erik Henriksen, el joven agente que suspira resignado por el amor de Wilhelmsen, y Tone-Marit Steen, otra eficiente agente a las puertas de un ascenso.

En el orfanato, el lector se va a encontrar a la ya fallecida Agnes Vestavik y a un grupo de trabajadores encabezados por Maren Kalsvik y Terje Welby, además de Olav y otros siete chicos de edades diversas.

Y en el ámbito doméstico, en el que realmente se ve una faceta distinta de los personajes que puede ayudar a conocerlos y comprender su psicología, quienes aparecen son Cecilie, médico y pareja de Hanne durante diecisiete años —ambas tienen ya 36—, y Birgitte Håkonsen, la madre del problemático Olav.

Por ello, quizás, aunque la ciudad donde tienen lugar los hechos relatados sea Oslo, cabría decir que los escenarios son esos en los que se desarrollan los tres ámbitos mencionados.

Anne Holt, la autora

Anne Holt estructura la novela en once capítulos de extensión variada, pueden ser un par de hojas o muchas más, ya que en total hacen 259. Tiene un narrador omnisciente en tercera persona y pasado, que cuenta solo lo conveniente y a dosis muy pequeñas para generar expectación. Aunque hay fragmentos diferenciados en cursiva, donde el lector pasa a escuchar la voz de Birgitte Håkonsen en referencia a su vida con Olav.

Y se puede decir que el estilo de Anne Holt es muy pausado en la narración, pero directo y afilado en los acontecimientos. Por una parte, omite o posterga información que ha dejado creer al lector que va a obtener en las siguientes líneas, quizás recreando esa sensación de lentitud y torpeza que nos invade ante el frío y, sobre todo, la nieve. Rasgo muy escandinavo. No hay prisa. Y, con ello, consigue crear una atmósfera de angustia e impotencia. Mientras que, por otro lado, tanto las situaciones como los personajes que presenta y sus acciones son servidos en crudo, sin aditivos ni edulcorantes. De hecho, a veces, el regusto que dejan es amargo.

En cuanto a las temáticas tratadas, el lector se va a encontrar sin duda con tres que destacan sobre las demás: la justicia, el trato del sistema a los niños y la aceptación.

El primero está presente a lo largo de toda la obra, de principio a fin lo más justo no es exactamente lo que ocurre y eso, de una u otra forma, tiene un sentido y tiene unas consecuencias.

Aunque en Vårsol, el orfanato, los chicos son tratados con cuidado y están bajo normas que les marcan límites, a veces es mucho el camino que hay que recorrer hasta llegar allí. Y, además, no es un lugar al que los niños sueñen con ir, pero sus realidades son generalmente más duras e, incluso, brutales que lo que puedan encontrarse en aquella casa. Además, el desamparo social que siente a lo largo de los años la madre de Olav, al verse sola con un niño tan especial como él, queda patente.

Y el tema de la aceptación de uno mismo y sus circunstancias se muestra de forma intensa durante toda la novela, al contraponer cómo un chaval de doce años se asume gordo, feo y grotesco pero no deja de vivir e interactuar —como puede y como sabe— con los demás y el secretismo que roza la traición de Hanne al ocultar su relación con Cecilie en su entorno. Uno se asume monstruo físicamente, pero no se esconde, mientras otra juzga su homosexualidad como algo monstruoso y reniega de la persona con la que convive.

Dicho todo esto, ya sabéis, cada uno que decida si le apetece una novela de investigaciones con atmósfera asfixiante, que aprovecha para tratar otra serie de temas. Pero hay que añadir dos detalles, no pegas pero sí podrían ser mejoras más bien de la edición que de la obra. Primero, si os aventuráis con El hijo único, tened en cuenta que fue escrita en 1995. Son veinte años y tanto en la edad de los personajes como en otra serie de cosas se notan los cambios. Y segundo, ¿por qué esa traducción del título? ¿De dónde sale ese El hijo único, si la novela se llama Demonens død? ¿Puede deberse al poema de Edgar Allan Poe, Solo, de la cita que precede a la historia y que sí encaja con el resto de la novela? Misterios…

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