22 mayo 2014

Mientras las princesas duermen

Elizabeth Blackwell ha escrito en Mientras las princesas duermen (Lumen, 2014) una versión muy particular de La bella durmiente. Y esa no es una tarea del todo sencilla, porque ha sido mucho el tiempo que ha ido grabando a fuego en el acervo popular la historia de la princesa que, tras pincharse con una rueca, cae inconsciente, víctima de un maleficio que la mantendrá así durante muchos años, hasta que llegue un príncipe —guapísimo y estupendo— a darle un beso “de amor” y la despierte de su letargo para vivir felices y comer perdices (el tofu aún no era #tendencia por aquel entonces). Pero esto es, más bien, la visión que nos ha ofrecido la película de Disney desde su estreno en 1959, que está bastante alejada del relato de tradición oral que transcribió primero Giambattista Basile en 1634 y, posteriormente, Charles Perrault y los hermanos Grimm. Además, el detalle a destacar es que estas tres variantes poseen ciertos toques truculentos más propios de lo que ahora consideramos una lectura para adultos que de un cuento infantil.

De ahí que esta nueva visión —no adherida a ningún subgénero— de la autora de obras como The Letter y The House of Secrets, despierte cierto interés a priori. Es más, una vez leídas ya las últimas palabras del epílogo, cuando se llega al final de la obra, el lector comprende que entre Mientras las princesas duermen (While Beauty Slept) y La bella durmiente (The Sleeping Beauty) sólo existen puntos comunes.

Lo curioso es que en esta era de la información desinformativa que vivimos, en la que los medios de comunicación ofrecen visiones tan dispares partiendo desde los mismos hechos, Elizabeth Blackwell demuestra cómo lo que trasciende al público y perdura en el tiempo bien puede no ser la realidad, o al menos no en su plenitud coherente. Por algo, la autora estadounidense tiene un master en Periodismo, y el hecho de ser hija de un diplomático —el sabio arte de vencer sin sangre— tiene que haber aportado también unas cuantas moléculas al compuesto.

La bella durmiente de Disney

¿Y cómo lo consigue? Para empezar, la voz narrativa en pasado y testigo —en ocasiones, irritante— de los hechos es Elise Dalriss, la protagonista. Una anciana que, tras escuchar cómo su bisnieta Raimy relata y escenifica ante sus hermanos la versión dulce y romántica del cuento, decide contarle lo que “verdaderamente” le sucedió a la princesa Bella, cuyo nombre real era Rose. Y es así, utilizando el recurso de la narración enmarcada —frame story—, como Blackwell la convierte en la voz única de la novela, con lo que esto supone. Es decir, el lector solo puede saber lo que ella vivió, comenzando en una granja alejada del mundo y la prosperidad hasta llegar a ser la doncella personal de la reina cuando nace la princesa Rose.

Mientras las princesas duermen
de Elizabeth Blackwell, cubierta


En esta ocasión, sí se puede comentar algo más de los personajes, porque a diferencia de otras novelas, la mayoría de ellos son conocidos ya aunque, quizás, los nombres sean distintos. Por ejemplo, la vital y alocada princesa Rose fue Talía para Basile, para Perrault no tenía nombre y Disney la llamó Aurora, que originalmente había sido la hija que ésta tiene luego. Así que quienes más se acercan son los hermanos Grimm, que la bautizaron como Dornröschen (rosa de espino).

La princesa, más excusa que otra cosa, es hija del atractivo rey Ranolf y de la encantadora reina Lenore, quienes viven su propia historia de amor llena de obstáculos que lograron superar. Y por eso, además de por el afecto de los ojos con los que Elise los describe, se neutralizan algunas de sus acciones, haciendo de ellos personajes contradictorios… humanos.

Flora y Millicent, las tías solteras del rey, harán el papel del hada madrina y la bruja de la versión Disney, el bien y el mal. Aunque más que magia negra o encantamiento, Elizabeth Blackwell vuelve a humanizar los hechos.

Y, a pesar de no ser un príncipe de los de sangre real o, sencillamente, azul, desde el principio queda claro que Marcus, el zapatero, va a ser quien despierte el interés romántico de Elise.

El cuándo y el dónde son un poco difíciles de establecer. El primero, está claro que fue hace mucho, mucho tiempo, aunque sin fecha exacta. Pero se intuye, por la disposición política y administrativa y por los utensilios y vestimenta, que la época es medieval. En cuanto a dónde se desarrollan los hechos, también puede decirse con seguridad que en el reino de Saint Elsip (con reminiscencias de sleep), sobre todo en el castillo, esté donde esté ese lugar si es que está en algún sitio más allá de la imaginación.

Angelina Jolie en el cartel de Maléfica, que
se estrenará este mismo año

Los temas tratados son varios, la lealtad, el amor —romántico, filial, fraternal, etc.—, la ambición, las divisiones entre clases, el miedo, el poder, la libertad, la fertilidad, el destino… Aunque es la situación de las mujeres, quienes inundan las páginas de la obra con su presencia mientras los hombres son meros adornos, lo que realmente se deja ver de trasfondo. Por ejemplo, el caso de la madre de Elise o de Petra, amiga de ésta y sirviente en el castillo, o el de la propia reina Lenore y la esterilidad.


Todo esto está narrado con un estilo sencillo, cercano al cuento por las descripciones y la simplificación de algunas tramas, pero con sucesos algo cruentos que lo desmarcan de ese rango literario. Es una lectura amena y, probablemente, sea ideal para un público juvenil que por momentos se está viendo ahogado entre vampiros y magnates castigadores. ¿Os apetece leer un cuento?

Seguid leyendo,

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