10 julio 2014

La inquilina de Wildfell Hall

Anne Brontë fue una de las ahora famosas hermanas Brontë, Charlotte y Emily. Las tres llevaron una vida casi de novela victoriana, pero del lado más humilde. De hecho, sus historias poseen bastante de autobiográfico en cuanto a las ideas y la inspiración para crear y recrear lugares y situaciones. Por ejemplo, la infancia y adolescencia de Jane Eyre es muy similar a lo que ellas vivieron: internados lúgubres plagados de enfermedades, castigos y vejaciones. Aunque, tras perder a su hermana mayor Mary, volvieron a su casa, a los páramos salvajes por los que corren Katherine y Heathcliff en Cumbres borrascosas (Wuthering Heights), la única novela de Emily. ¿Qué es lo que incluye, entonces, Anne sobre su propia experiencia en esta obra de la que Charlotte intentó frustrar una reedición tras el fallecimiento de su hermana? Veamos…

En el condado de Yorkshire, Inglaterra, durante el otoño de 1827, los chismorreos maliciosos de los vecinos comienzan a revolucionarse con la misteriosa llegada a Wildfell Hall, una mansión casi abandonada, de una viuda que responde al nombre de Helen Graham y su hijo pequeño, Arthur. Sin embargo, no todo el interés que despierta la nueva inquilina está basado en un afán malicioso, lo que siente Gilbert Markham por ella podría definirse como creciente y mal disimulada fascinación. ¿Quién será en realidad la supuesta señora Graham y qué la ha llevado hasta aquella propiedad tan inhóspita en las proximidades de Linden-Car? Los secretos desvelados y la narración de hechos pasados serán, sobre todo si contextualizamos la obra en su tiempo (1848), bastante… llamativos.


Quien, en  un principio, podría parecer el protagonista, Gilbert Markham, y quien es de hecho el narrador de parte de la obra, por momentos, parece más bien ser un vehículo de transmisión para la historia con más peso dentro de la novela.

El señor Markham posee tierras, en inglés lo nombran como farmer, aunque no es un granjero en el concepto humilde que pueda tenerse del término, sino que su posición en la sociedad inglesa de la época lo distingue como alguien acomodado, con una buena  “renta anual”, pero sin títulos nobiliarios. Eso delimita con cierta precisión el “muestrario” de mujeres entre las que puede elegir para casarse. Porque, recordemos, el clasismos aún tenía mucha fuerza sin caer en hipocresías. No se les convencía de aquello de “venís de mundos muy diferentes, no tenéis los mismos objetivos vitales”. Se asumía de forma soberbia/sumisa que unas personas estaban por encima de otras. Y, en el caso de Gilbert, su madre le insiste para que no elija a la ligera y se conforme con su vecina Eliza Millward, a quien considera por debajo de su posición a la hora de emparentar. Y el señor Markham, aunque interesado, lleva una táctica de conquista —ya ganada— sin compromisos. Es por eso que, ante la entrada en el juego de Helen Graham, Gilbert se sienta libre de concentrar su atención en la novedad. Lo que demuestra no solo la falta de espíritu de éste para imponerse realmente a su madre y comprometerse, sino el carácter voluble y caprichoso que lo lleva a fijar su objetivo en otra.

Helen es el gran misterio o más bien lo son su vida y sus motivaciones. La mujer que conoce el lector al comienzo es reservada, distante, aunque con cierto halo de vulnerabilidad. Es una madre sola. Sin embargo, no siempre fue así. Helen una vez fue una joven inconsciente que se casó por amor y creyó que éste sería suficiente para redimir a Arthur Huntingdon, quien se convertiría en su marido. Y ahora la vida la lleva a una situación en la que necesita desvelar la vergüenza que la mantiene en silencio.

Y ahí es cuando llega el aplauso y la ovación para Anne Brontë, que opta por crear una novela epistolar para dar diferentes voces a la historia. Los primeros quince capítulos son cartas de Gilbert a su cuñado, contándole cómo hace años llegó una mujer desconocida a Wildfell Hall y las habladurías, el ostracismo y la reclusión que vivió ésta junto a su hijo. Después, hay veintiocho capítulos más donde el lector tiene acceso directo al diario de Helen sobre el tiempo anterior a su estancia en Wildfell Hall. Y, finalmente, menos de una decena de capítulos donde Gilbert retoma la voz narrativa para explicarle a su cuñado — a través de más cartas y en pago a una curiosa deuda— lo que sucedió desde entonces hasta su realidad.

Esta estructura quizás hoy no resulte excesivamente novedosa, aunque sí tenía cierto punto de originalidad en la tendencia de aquella época. Pero la agilidad que le da a la lectura queda patente, además de ser un método muy efectivo para controlar la información de la que dispone el lector, quien no tiene demasiado claro qué va a suceder después. Eso y el estilo, en ocasiones, un tanto crudo para una época en la que no se consideraba decoroso mencionar partes de la anatomía propia, hacen que la obra de Anne Brontë destaque por encima del resto.


Los temas, además, son bastante atípicos. Está catalogada por muchos como una obra feminista. Probablemente, las dos únicas novelas de Anne —The Tenant of Wildfell Hall, Agnes Grey— fuesen un caramelo demasiado dulce para ser desaprovechado por algunas corrientes de pensamiento o… modas intelectuales. Pero si se mira de forma un poco más global, la profundidad de su diatriba alcanza a toda la sociedad, mujeres incluidas. Porque lo que subyace no es tanto una reivindicación de los derechos de la mujer en lo que se muestra como un ambiente hostil dominado por los hombres, sino la crítica social y la búsqueda de concienciación ante temas como el alcoholismo (también padecido por su hermano Branwell Brontë), el juego y los abusos psicológicos y físicos. Son reales y las historias de ficción —de aquella época y, según parece últimamente, de ésta también— en ocasiones crean unas falsas expectativas e ilusiones que, a falta de sentido común, pueden conducir al sufrimiento. Y suele suceder que la única vía para tomar contacto con la realidad es el desengaño y, como consecuencia, el dolor.

Lo curioso es que a estas alturas esas mismas problemáticas, en cierto modo, parecen seguir vigentes en muchos sentidos. Los prejuicios heredados han demostrado ser una lacra casi indeleble.

Tara Fitzgerald en la adaptación
de la BBC

Ha habido varias adaptaciones, tanto al cine como a los escenarios, pero la más reciente es la versión de la BBC de 1996 protagonizada por Tara Fitzgerald, Rupert Graves, Toby Stephens y James Purefoy. Por si no os animáis a la lectura... al menos, a esta en concreto.

Clásico o actual, no abandonéis la lectura este verano.

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