04 septiembre 2014

Publicar con Amazon

Tras algunas pesquisas, porque no se pueden llamar estudios de campo con propiedad, y unos cuantos ratitos leyendo las opiniones y auténticas discusiones sobre el tema, hoy toca entrada subjetiva para hablar de la autopublicación que Amazon ha puesto ya hace un tiempo a disposición de quien desee publicar su obra y lo que esto está trayendo consigo.

El servicio KDP (Kindle Direct Publishing) consiste en subir uno su propio libro al portal de Amazon sin coste alguno, pues ellos se quedarán con un 30% de lo que venda el autor. Es decir, si no existen ventas, no cobran nada.



El autor necesita una obra y obtener un ISBN (International Standard Book Number), una especie de DNI del libro, que en España es relativamente sencillo desde hace ya unos años. Después, Amazon provee de un sistema con el que “maquetar” el contenido en un formato apropiado para que sus e-readers (Kindle) puedan leerlo. Ahora bien, es por parte del autor que corre el diseño de la cubierta, la corrección ortotipográfica y de estilo, la disposición de la maqueta, la estructura del libro, etc.

Y, luego, dependiendo del producto y del criterio del dueño de la obra, éste establece un precio de venta. Por lo general, oscila entre 0,89 céntimos y 4 euros como mucho. Decisión que, probablemente, se deba a que se busca estar en la lista de los más vendidos, ya que Amazon tiene un potente sistema de TOP en descargas por períodos de tiempo. De hecho eso, junto con la posibilidad de opinar y ser valorado con estrellas por los usuarios, es uno de los caminos para promocionar la obra de forma gratuita.

Kindle Fire de Amazon

Pero, claro, esta vía de publicación tiene, como todo, sus puntos positivos y otros detalles algo menos agradables, sobre todo dependiendo del lado del mercado editorial en el que cada uno se encuentra —autor, editorial, lector— y, en general, quizás también para el propio mercado en sí.

Lo más positivo, sin lugar a dudas, es la oportunidad. Parece una palabra sencilla, pero guarda detrás muchas otras: ilusión, realidad, profesión, consenso, valía, individualidad, criterio, comienzo, fin, cambio… y otras tantas más. Todos estos términos son aplicables a la experiencia que alguien obtiene, al fin, tras enfrentar su obra al público directamente, sin intermediarios que decidan si ésta vale la pena como negocio. Es decir, en algunos casos el autor, por fin, puede saber si lo que escribe no le interesa a nadie y es mejor que se lo guarde para sí o para su entorno —no tiene por qué dejar de escribir, es terapéutico—, sin que le quede siempre la duda de si su obra merecía la pena pero no era su momento o no correspondía con el criterio de una editorial. Y, en otros casos, puede ser y es un comienzo, una puerta de entrada al mercado, dándole opción a recibir ofertas de editoriales consolidadas (pudiendo rechazarlas también) y hacerse un nombre. E, incluso, esa publicación puede ser un requisito para una candidatura laboral.

Compartir está bien, pero si te da de comer, mejor.

Además, ese contacto directo entre autores y lectores marca una tendencia en el mercado más cercana a lo que realmente le interesa al comprador, y no lo que dicten en ese momento las grandes compañías.

Por otro lado, están las consecuencias negativas, empezando por la pérdida de calidad a nivel general, salvo excepciones. Y no únicamente en cuanto a estilo, coherencia, desarrollo o atributos internos de la obra, sino a algo que destaca a simple vista y es indiscutible. Es decir, aquí no hay colores para diferentes gustos, una falta de ortografía es un error marcado por una normativa respaldada por una institución (la RAE en el caso del español) que intenta cuidar y proteger el idioma. Lo intenta, en serio.

Además, se pierde calidad estética —aquí ya sí hay colores—, se difuminan hasta desaparecer las convenciones a las que el lector está acostumbrado y que, en cierto sentido, le ofrecen una imagen de trabajo “profesional”: sin página de créditos (desinformación), sin índices cuando serían de ayuda, sin estructura externa que facilite la comprensión lectora, etc.

Y eso, siento decirlo, no tiene nada que ver con si al editor le ha gustado o le ha convencido la obra para invertir su dinero en ella. Esa parte, en la autoedición, igual que escribir el libro o tramitar el ISBN, es responsabilidad del autor, quien ha invertido horas durante meses e, incluso, años en producir una obra pero no ha estado atento a los “detalles” que marcan la diferencia. Y sí, no todo el mundo, además de narrar, tiene por qué saber hacerlo sin cometer errores ortotipográficos. De hecho, todos los textos, vengan de quien vengan, necesitan revisión, puesto que el ser humano es falible y, a la hora de componer, se dejan atrás otros aspectos. Para eso hay profesionales, y muy asequibles. Como para crear un diseño de cubierta o realizar una maquetación que ayude a la obra, en lugar de jugar en su contra.

¿Estamos pasando también en el mercado del libro de la “venta Corte Inglés” —caro pero con un mínimo de calidad— a la “compra de los chinos” —barato y casi siempre de pésima calidad—, porque lo importante es consumir? ¿Hace daño a la literatura todo esto?

Personalmente, creo que si ha sobrevivido hasta ahora, podrá con esto y con mucho más. No es el idioma lo que está en peligro —aunque le perjudique—, sino el tipo de negocio establecido lo que se ve amenazado por otro más innovador.

El filtro lo pone el propio lector, ya que existe la posiblidiad de leer las primeras páginas en ambos casos. Así, él o ella serán quienes opten por el producto editorial que le ofrece la empresa dedicada a ello de forma tradicional o la obra subida a una plataforma como es Amazon, quizás igual de cuidada que si fuese un producto profesional desde el principio o puede que la escoja llena de errores pero más barata.

Ahora bien, igual que hay pros y contras o algunas dudas de cómo de beneficioso o perjudicial puede llegar a ser para lectores y editoriales, hay un claro e indiscutible ganador: Amazon. Ellos tienen muchos más productos en sus catálogos y, por lo tanto, más opciones de venta. Tanto es así que ya hace tiempo La casa del libro puso en marcha esta forma de publicación.

Tagus de La casa del libro


Ambas plataformas —probablemente haya más— admiten la autopublicación de forma totalmente gratuita y ponen a disposición de los autores un sistema de maquetación en el que ellos mismos se encargan de convertir el archivo enviado en uno legible para su Kindle o su Tagus, como comentaba al principio.


Conclusión: el lector tiene la última palabra o lo intenta.

Seguid leyendo,

@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com

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