06 noviembre 2014

El dilema

Lee Goodman se estrena como escritor con el thriller legal El dilema (Grijalbo, 2014), su primera novela. Aunque este estadounidense, diplomado en ciencias y licenciado en Derecho, ya había publicado algunos relatos cortos en The Iowa Review, en la que fue finalista del Pushcart Prize de ficción. Además, terminó un curso de literatura creativa en la Universidad de Boston y obtuvo un MFA (Master of Fine Arts) del Bennington College. Y aunque ejerce de abogado, está retirado en las montañas, ambas características compartidas con el protagonista de Indefensible, el título original de El dilema.

El dilema de Lee Goodman, imagen
de cubierta


Nick Davies, ayudante de la Oficina del Fiscal General, acompaña a una supuesta testigo, Cassandra Randall, al lugar donde ésta cree haber visto cómo enterraban un cadáver. El sitio es en mitad del bosque, donde ella estaba observando las diferentes especies de pájaros y que, casualmente, queda de camino a la casa del lago de Nick. Así que éste decide aprovechar el viaje y se lleva consigo en su viejo Volvo a su hija de doce años, Lizzy, y a Kenny, un chico de veinticinco años con el que hace las veces de padre adoptivo.

La verdad es que Nick no cree que lo que haya visto Cassandra sea realmente un acto delictivo, pero ella le gusta. Así que se ofrece voluntario a ir hasta allí. Además, los siguen en sus propios coches el agente del FBI y amigo de Nick, Chip d’Villafranca, y el capitán Dorsey, de la policía estatal, que llevan más equipo para registrar la zona.

Y sí, encuentran el cadáver, que resulta ser de un joven universitario, Zander Phippin, al que trataban de convencer para que les sirviera de informador sobre los “peces gordos” del hampa local a cambio de obviar su delito de posesión y venta de drogas.

Desde ese momento, comienza una investigación cada vez más compleja, que irá dando giros argumentales y las conexiones sorprenderán al lector. Nadie está a salvo.

Lee Goodman, el autor

Sin lugar a dudas, Nick Davies es el centro de toda la historia, además del vehículo transmisor. Es un hombre maduro —unos cincuenta y tres años—, asentado profesionalmente en un puesto donde se siente cómodo y con una vida personal marcada por la tragedia mucho tiempo atrás. Está divorciado de la madre de Lizzy, Flora, aunque son vecinos en la zona del lago. Y durante unas horas ve en Cassandra, una mujer dulce e inteligente, alguien con quien rehacer su vida, la última oportunidad de construir un hogar no disfuncional, que dirían algunos.

Pero si hay un rasgo peculiar que destacar de Nick a lo largo de la novela, además de su consciencia sobre su supuesta falta de dilemas morales, es una tendencia algo paranoica a imaginar todo tipo de desgracias en el destino de su familia o en el suyo propio. Mantiene un estado de alerta muy peculiar, creyendo que algunos hechos van a convertirse en amenazas serias. Y la verdad es que estar alerta suele ser una ventaja.

Alrededor de él hay muchos personajes, aunque existe una diferencia sutil entre ellos. Algunos son parte de la investigación o del desarrollo de ésta, otros ofrecen al lector una visión más completa de Nick mediante su relación con éste, y luego están los que cumplen ambos requisitos, puesto que desde el comienzo el adjunto de la Oficina del Fiscal mezcla sus entornos.

Quizás, la presencia más relevante sea Lizzy, su hija adolescente. Una chica lista, madura, culta, sensible y perspicaz, en quien Nick confía más allá de toda duda y por quien sería capaz de cualquier cosa. Sin límites.
 “—Pues, claro —dice ella—. Tener perro es una de las mejores cosas de ser humano. Una de las diez mejores.
—¿Y las otras nueve?
—No sé. El amor, bailar, un buen café, los hijos… ¿el verano, quizás? Nunca he hecho la lista. Pero si la hiciera, los perros estarían en ella.
—Jane Austen estaría en la lista —dice Lizzy; miro en el retrovisor justo antes de que sus labios se tensen en una mueca desdeñosa, pero ha estado ahí por un instante: su sonrisa metálica, que revela los correctores con elásticos rojos que recorren sus dientes como un ciempiés.
Cassandra se vuelve para mirar de nuevo a Lizzy y dice:
—Jane Austen, sin lugar a dudas.”

Después está Kenny, un intento de redención más de una vez. Nick lo conoce cuando el chico es todavía un niño, proviene de una familia de delincuentes y ha sufrido abusos. Flora y Nick, aunque no lo adoptan, sino que va a una casa de acogida, sí intentan compartir con él un tiempo para ofrecerle un hogar al que acudir.

Chip d’Villafranca y el capitán Dorsey son dos arquetipos de agentes, tanto del FBI como de la policía, de una zona rural como aquella. Acostumbrados a trabajar en contacto con otros grupos de las fuerzas del orden público, cada uno está caracterizado por una personalidad que a Nick, quien se pasa el tiempo catalogando a cada persona que conoce, por momentos le agrada y en otras ocasiones le irrita. Eso sí, la manera en que los percibe deja cierto regusto a superioridad por su parte.

Y, como antagonista de Nick, el abogado Kendall Vance, quien acepta casos de casi todo tipo de acusados a cambio de sustanciosas sumas de dinero.

Pero para no destripar —¡eso nunca!—, detendremos aquí el análisis de los personajes, que son muchos, para dejar que sea el lector quien vaya conociéndolos. Y pasamos a hablar de los escenarios en que tiene lugar la historia.

Por un parte, está el entorno privado de Nick: su casa en el lago, la vecina casa de Flora e incluso su viejo Volvo, testigo de tantas cosas. Por otra, el entorno laboral: la Oficina del Fiscal, la comisaría, el bufete de Kendall Vance, los juzgados, etc. Pero, como ya sucedía con los personajes, estos ámbitos van mezclándose, principalmente, debido a las acciones del propio Nick.

Aunque hay dos puntos a destacar, el lago y las fábricas abandonadas. Éstas últimas son mencionadas constantemente y reflejan la decadencia económica de la zona, antes próspera y en ebullición, pero ahora solo constituyen fantasmas de esa pequeña revolución industrial con un fuerte sabor a descripción de Dickens.

En cuanto al estilo, es sencillo, de ritmo pausado y vocabulario asequible a todos los públicos. Aunque no lo sea tanto el nivel de tiras y aflojas, giro aquí, avalancha de nombres allá. Hay que seguir el hilo, los pasos que da la mente de Nick Davis frente a los acontecimientos, puesto que es su voz la que narra en primera persona del presente lo que sucede. Aunque, en más de una ocasión, puede que el lector quiera irse por otra vía y llegue incluso a pensar que el protagonista se está confundiendo en sus elucubraciones, no ya en sus actos. Lo que, sin duda, le aporta emoción a la historia.

Y si la novela de la semana pasada, por ejemplo, algunos pueden catalogarla como lectura expuesta a través de un prisma femenino, El dilema cabe, entonces, en la categoría de “psicológicamente masculina”. Lo cual no quiere decir que los lectores tengan que pertenecer a un género o a otro, ni mucho menos. ¡Aquí que cada uno lea lo que quiera! Pero sí es cierto que, subjetivamente, los autores dejan ver ese rasgo de su personalidad. En este caso, Lee Goodman empodera una serie de valores y rige a sus personajes por un código, como si de una obra de Ernest Hemingway se tratase. Ese deber masculino con respecto a su código, al código de los hombres, al margen de sentimientos o emociones, supuestamente más propios de las mujeres.

De hecho, ese es uno de los temas más destacables, sino el que da título a la obra. El dilema moral y profesional —no solo de Nick Davies—, la justicia, el sistema legal, la familia, la infancia, la delgada línea entre lo correcto y un error garrafal, el racismo y la eugenesia. ¿No decir la verdad es siempre mentir?


Resumiendo, si os gustan las novelas de John Grisham, El dilema de Lee Goodman os va a atrapar desde el principio. Y, además, el autor está preparando su siguiente obra, también protagonizada por Nick Davies, que llegará en 2015 bajo el título Identify. ¿Os apetece un thriller legal que os haga pensar en dónde están los límites de la ética?

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