16 enero 2014

Legado en los huesos

Regresa Amaia Salazar con esta segunda entrega de la Trilogía del Baztán de Dolores Redondo. Y ahora, un año después de los sucesos que desembocaron en el caso del basajaun, la inspectora es la jefe de homicidios y está a punto de dar a luz.

Pocos días después de comenzar su baja por maternidad, acude al juicio de un asesino confeso que detuvieron en el transcurso de la investigación en Elizondo. Sin embargo, algo sucede en los juzgados y el mensaje “TARTTALO” aparece dirigido a Amaia, aunque el encargado de ese caso fue el teniente de la guardia civil Padua.

Unos meses más tarde, mientras se le muestra al lector cómo Amaia se habitúa a su faceta de madre trabajadora, a ésta se le vuelve a asignar una investigación en el valle del Baztán, esta vez en Arizkun, donde una iglesia está siendo profanada. Y, aunque a priori no parece ser nada más que vandalismo juvenil, la “fama” que le reportó el caso del basajaun hace que las altas instancias de la Iglesia exijan que sea ella quien dirija la investigación. Así que hasta allí se desplaza el equipo: Jonan, Zabalza e Iriarte.

Y hasta aquí podemos leer, como decían en aquel mítico programa.

Sobre la repercusión que está teniendo la trilogía de Dolores Redondo ya os hablamos la semana pasada, cuando hacíamos la reseña de El guardián invisible, la primera parte, y que podéis leer aquí. Baste decir que está siendo mucha y eso siempre resulta agradable, porque llega tinta fresca de autores distintos —y no la saturación de leer siempre a los mismos— y porque es un producto hecho en casa, aquí al lado, dentro de un mercado que parece estar saturado de títulos extranjeros respaldados por campañas de marketing brutales. Lo que demuestra, una vez más, el gran poder que supone el boca a boca entre lectores.

De la autora decir que es una donostiarra —con lo cual, conoce bien los parajes en los que ambienta sus obras—, que estudió Derecho y que ésta es su tercera novela. Quizás, una opción para hacer más corta la espera hasta Ofrenda a la tormenta, el tercer volumen del Baztán, sería echarle un buen vistazo a su primera obra, Los privilegios del ángel.

La cercanía que demuestra Dolores Redondo con
sus lectores es de agradecer. Si os queréis unir a
la selección del casting soñado, ¡toda idea es
bienvenida!


Los personajes son viejos conocidos y nuevas incorporaciones de lo más interesantes. En cuanto a los primeros, la autora va ahondando en su psicología y sus historias, descubriendo poco a poco su pasado y sus motivaciones. De los nuevos, habría que destacar al juez Markina, que no “vive arriba”, pero casi. Y, sobre todo, retomando lo que ya comentábamos en el número anterior, parece que él es el único representante del género masculino que es capaz de hacer su voluntad por encima de lo que Amaia diga o piense, no dejándose amilanar como el resto de ellos.

Ayer, algunos tuiteros lo teníamos claro. Aitor Luna
como el juez Javier Markina. 


Además, aunque vuelven a ser muchos personajes, es ella, la inspectora Salazar, quien se erige en protagonista indiscutible de la historia, de las historias.

El escenario vuelve a ser crucial, no solo ya por ese contacto que establece la naturaleza —bella e intimidante— con una parte del subconsciente humano, atrayéndolo y asustándolo al mismo tiempo, sino por la relevancia de la mitología local, por la inefabilidad de las fuerzas de la naturaleza y la importancia de las tradiciones y las raíces como individuos sociales que somos.

En cuanto a los temas tratados, caben destacar el mal, el miedo, la familia, el perdón, el poder y la maternidad. Hay muchos más, pero quizás esos sean los que se ven con mayor claridad, los que mayor y más obvia presencia tienen.

Si analizamos brevemente cada uno de ellos, se podría decir que el mal es presentado como naturaleza, como una fuerza en el interior del ser humano. A veces, dominada y otras dominante dentro de la personalidad de cada uno. Un camino a seguir. Un estilo de vida.

Por otra parte y casi como consecuencia del tema anterior, en esta novela, el miedo se muestra de muchas maneras. Pero queda absolutamente claro que es irracional, que se adhiere a la mente hasta provocar reacciones físicas y modificaciones de la conducta. Además, Dolores Redondo vuelve a dejar claro que el miedo adquirido durante la infancia y prolongado en el tiempo es un monstruo que no se vence ni con la edad ni con pistolas. Aunque… quizás sí se doblegue ante otro miedo más grande todavía.

Y si en El guardián invisible se podía ver esa dicotomía en la vida de Amaia, entre familia y trabajo, en esta ocasión surge de nuevo. Pero, una vez más, se entremezclan peligrosamente. Su familia, para bien o para mal, es el eje de su pasado y de su futuro, marca el presente de Amaia por mucho que ella luche para neutralizar lo más negativo de esta.

Sobre el perdón existen numerosas frases célebres, es una virtud cristiana y de otras tantas religiones. Es un acto que redime no solo a quien lo recibe, sino a quien lo procura. Sin embargo, en Legado en los huesos queda claro que existen cosas que, sencillamente, no se pueden perdonar.

Además, la autora plantea lo persuasivo que puede llegar a ser el poder ejercido por ciertos sectores de la estructura social, como es el caso de la Iglesia, cuyo representante en esta novela viene dado por el padre Sarasola, agregado del Vaticano y doctor en Psiquiatría. Pero también desliza, de nuevo, ese punto de crítica social que ya se daba en la novela anterior, lo pernicioso de la burocracia a la hora de luchar contra el miedo y el mal.

Y sigue siendo Amaia quien “manda”, le toca ser subordinada del comisario pero éste es bastante permisivo. Con todos los demás hombres de la historia, consigue ejercer poder, ya sea de una manera o de otra. Es un detalle curioso, que se sale de la tónica habitual de la literatura y de la sociedad en líneas generales. E, incluso, se ve a una Amaia como madre trabajadora, la sensación de culpa por no ser capaz de cumplir unas exigencias autoimpuestas que se deben más a los prejuicios de esa misma sociedad que a otra cosa. Y la idea que transmite Dolores Redondo es que la maternidad es un instinto y sí, se puede ser una buena madre y una estupenda profesional, pero se necesita ayuda, la ayuda del equipo. Sin embargo, la realidad —fuera de la ficción— es que este no es un factor con el que siempre se puede contar, por eso es de agradecer que desde la posición privilegiada de quien se dirige a una audiencia —en este caso, un autora con reconocido éxito de ventas—, se intente sensibilizar a la gente sobre este tema.



Ahora bien, ¿necesitáis otros motivos para leer Legado en los huesos? Si los que esgrimíamos en la reseña de El guardián invisible no fueron suficientes y lo comentado hasta aquí tampoco termina de animaros, apuntaremos dos razones un poco más lúdicas: en ambos libros, la autora va dejando pequeñas pistas para que el lector se haga su propia composición de lugar y averigüe quién es el malo; y los giros no se insinúan, llegan de sopetón para dejar a todo el mundo con la boca abierta. 

Por todo eso y porque las tramas están muy bien entretejidas y el hilo conductor de la trilogía permanece como subtrama perturbadora, os recomendamos sinceramente ambas novelas.


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@rpm22091
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